Horacio Verbitsky é um conhecido jornalista e
escritor argentino, autor de duas dezenas de livros, entre os quais uma obra em
cinco volumes que tem como eixo a história da Igreja Argentina, bem como um
livro que ganhou enorme visibilidade com a eleição do novo Papa: “El silencio:
de Paulo VI a Bergoglio: las relaciones secretas de la Iglesia con la ESMA”.[ou
seja, Escuela de Mecánica de la Armada, situada em Buenos Aires, lugar de
detenções ilegais e de tortura durante a ditadura militar argentina -1976-83].
Foi este jornalista que esteve na base da polémica
de que ontem fiz eco, no texto publicado aqui no Grande Zoo. No dia seguinte e também
na Página 12, prestigiado jornal argentino, Horacio Verbitsky publicou um novo artigo “Cambio de piel “, que
enquadrou nos seguintes termos : “La primera conferencia de prensa del vocero
del papa Francisco fue para desprenderse de Jorge Mario Bergoglio, acusado por
la entrega de dos sacerdotes a la ESMA. Como los testimonios y los documentos
son incontestables, el camino elegido fue desacreditar a quien los difundió,
señalando a este diario como izquierdista. Las tradiciones se conservan: es lo
mismo que Bergoglio dijo de Jalics y Yorio ante quienes los secuestraron”. Eis o texto do artigo ontem publicado no Página 12:
“En su primer encuentro con la prensa
luego de la elección del jesuita Jorge Mario Bergoglio como Papa de la Iglesia
Católica Apostólica Romana, su vocero también jesuita Federico Lombardi
descartó como viejas calumnias de la izquierda anticlerical, difundidas por un
diario caracterizado por las campañas difamatorias, las alegaciones sobre el desempeño
del ex provincial de la Compañía de Jesús durante la dictadura argentina y
sobre todo, el papel que desempeñó en la desaparición de dos sacerdotes que
dependían de él, Orlando Yorio y Francisco Jalics. Al mismo tiempo, medios y
políticos argentinos de oposición incluyeron la nota “Un ersatz”, publicada
aquí al día siguiente de la elección papal, entre las reacciones del
kirchnerismo por la entronización de Bergoglio. También un sector del
oficialismo prefirió aclamarlo como “Argentino y peronista” (la misma consigna
con que cada septiembre se recuerda a José Rucci) y negar los hechos
incontestables.
La reconciliación
Desde Alemania, donde Jalics vive retirado en un
monasterio, el provincial jesuita germano dijo que el sacerdote se había
reconciliado con Bergoglio. En cambio el anciano Jalics, hoy de 85 años, aclaró
que se sentía reconciliado con “aquellos acontecimientos, que para mí son
asunto terminado”. Pero aún así reiteró que no haría comentarios sobre la
actuación de Bergoglio en el caso. La reconciliación, para los católicos, es un
sacramento. En palabras de uno de los mayores teólogos argentinos, Carmelo
Giaquinta, consiste en “perdonar de corazón al prójimo por las ofensas
recibidas” 1, con lo cual sólo indica que Jalics ya perdonó el mal que le
hicieron. Esto dice más de él que de Bergoglio. Jalics no niega los hechos, que
narró en su libro Ejercicios de meditación, de 1994: “Mucha gente que sostenía
convicciones políticas de extrema derecha veía con malos ojos nuestra presencia
en las villas miseria. Interpretaban el hecho de que viviéramos allí como un
apoyo a la guerrilla y se propusieron denunciarnos como terroristas. Nosotros
sabíamos de dónde soplaba el viento y quién era responsable por estas
calumnias. De modo que fui a hablar con la persona en cuestión y le expliqué
que estaba jugando con nuestras vidas. El hombre me prometió que haría saber a
los militares que no éramos terroristas. Por declaraciones posteriores de un
oficial y treinta documentos a los que pude acceder más tarde pudimos comprobar
sin lugar a dudas que este hombre no había cumplido su promesa sino que, por el
contrario, había presentado una falsa denuncia ante los militares”. En otra
parte del libro agrega que esa persona hizo “creíble la calumnia valiéndose de
su autoridad” y “testificó ante los oficiales que nos secuestraron que habíamos
trabajado en la escena de la acción terrorista. Poco antes yo le había
manifestado a dicha persona que estaba jugando con nuestras vidas. Debió tener
conciencia de que nos mandaba a una muerte segura con sus declaraciones”.
En una carta que escribió en Roma en noviembre de 1977,
dirigida al asistente general de la Compañía de Jesús, padre Moura, Orlando
Yorio cuenta lo mismo, pero reemplazando “una persona” por Jorge Mario
Bergoglio. Nueve años antes que el libro de Mignone y 17 años antes que el de
Jalics, Yorio cuenta que Jalics habló dos veces con el provincial, quien “se
comprometió a frenar los rumores dentro de la Compañía y a adelantarse a hablar
con gente de las Fuerzas Armadas para testimoniar nuestra inocencia”. También
menciona las críticas que circulaban en la Compañía de Jesús en contra de él y
de Jalics: “Hacer oraciones extrañas, convivir con mujeres, herejías,
compromiso con la guerrilla”. Jalics también cuenta en su libro que en 1980
quemó aquellos documentos probatorios de lo que llama “el delito” de sus
perseguidores. Hasta entonces los había conservado con la secreta intención de
utilizarlos. “Desde entonces me siento verdaderamente libre y puedo decir que
he perdonado de todo corazón.” En 1990, durante una de sus visitas al país,
Jalics se reunió en el instituto Fe y Oración, de la calle Oro 2760, con Emilio
Fermín Mignone y su mujer, Angélica Sosa. Les dijo que “Bergoglio se opuso a
que una vez puesto en libertad permaneciera en la Argentina y habló con todos
los obispos para que no lo aceptaran en sus diócesis en caso que se retirara de
la Compañía de Jesús”. Todo esto no lo dice Página/12, sino Orlando Yorio y
Francisco Jalics. ¿Quién quiere destruir la Iglesia, entonces? Cada tomo de mi
Historia Política de la Iglesia en la Argentina incluye una advertencia: “Estas
páginas no contienen juicios de valor sobre el dogma ni el culto de la Iglesia
Católica Apostólica Romana sino un análisis de su comportamiento en la Argentina
entre 1976 y 1983 como ‘realidad sociológica de pueblo concreto en un mundo
concreto’, según los términos de su propia Conferencia Episcopal. En cambio, su
‘realidad teológica de misterio’ 2 sólo corresponde a los creyentes, que
merecen todo mi respeto”.
En defensa de la tradición
La calificación de este diario por el vocero de Bergoglio
como de izquierda anticlerical revela la continuidad de arraigadas tradiciones.
Es lo mismo que el ahora pontífice hizo hace 37 años con sus sacerdotes, aunque
entonces implicaba un grave peligro. Las acusaciones contra Bergoglio fueron
formuladas por primera vez antes de que existiera Página/12. Su autor fue
Mignone, director del órgano oficial de la Acción Católica, Antorcha, fundador
de la Unión Federal Demócrata Cristiana y viceministro de Educación en la
provincia de Buenos Aires y en la Nación. Ninguno de esos cargos podía
alcanzarse sin la bendición episcopal. En su libro Iglesia y dictadura, de
1986, Mignone escribió que los militares limpiaron “el patio interior de la
Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”. El vicepresidente de la
Conferencia Episcopal, Vicente Zazpe, le reveló que poco después del golpe la
Iglesia acordó con la Junta Militar que antes de detener a un sacerdote las
Fuerzas Armadas avisarían al obispo respectivo. Mignone escribió que “en
algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos” y que la Armada
interpretó el retiro de las licencias a Yorio y Jalics y las “manifestaciones
críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para
proceder”. Para Mignone, Bergoglio es uno de los “pastores que entregaron sus
ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”.
Dos décadas después encontré por azar las pruebas
documentales que Mignone no conoció y que confirman su enfoque del caso. Que
Bergoglio haya ayudado a otros perseguidos no es una contradicción: lo mismo
hicieron Pío Laghi e incluso Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín.
Cronos
En estas páginas se profundizó el caso cuatro años antes
de que el kirchnerismo llegara al gobierno. La primera nota, publicada en abril
de 1999, “Con el mazo dando”, decía que el flamante Arzobispo porteño “según la
fuente que se consulte es el hombre más generoso e inteligente que alguna haya
vez haya dicho misa en la Argentina o un maquiavélico felón que traicionó a sus
hermanos en aras de una insaciable ambición de poder. Tal vez la explicación
resida en que Bergoglio reúne en sí dos rasgos que no siempre van juntos: es un
conservador extremo en materias dogmáticas y posee una manifiesta inquietud
social. En ambos aspectos se parece a quien lo designó al frente de la
principal diócesis del país, el papa Karol Wojtyla”. El concepto es el mismo
que expresé el jueves cuando la fumarola blanquiceleste conmovió a todas las
hinchadas, de La Quiaca a Tierra del Fuego. Aquella nota contraponía la versión
de Mignone con la de Alicia Oliveira, abogada del CELS y amiga de Bergoglio,
cuya hermana trabajaba en la villa de Flores junto con la hija de Mignone y con
los dos curas. “Les dijo que tenían que levantarse y no le hicieron caso.
Cuando los secuestraron, Jorge averiguó que los tenía la Armada y fue a hablar
con Massera, a quien le dijo que si no pone en libertad a los sacerdotes, yo
como Provincial voy a denunciar lo que pasó. Al día siguiente aparecieron en
libertad.” También incluía la refutación de un sacerdote de la Compañía de
Jesús: “La Marina no se metía con nadie de la Iglesia que no molestara a la
Iglesia. La Compañía no tuvo un papel profético y de denuncia, a diferencia de
los palotinos o los pasionistas, porque Bergoglio tenía vinculación con
Massera. No son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica Mignone, de cuyo
secuestro la Compañía nunca formuló la denuncia pública. Otros dos curas, Luis
Dourrón, que luego dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también actuaban en
el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí y cuando se negaron
hizo saber a los militares que no los protegía más, y con ese guiño los
secuestraron”. Ese sacerdote, que murió hace seis años, era Juan Luis Moyano
Walker, quien había sido íntimo amigo de Bergoglio. A raíz de la nota,
Bergoglio me ofreció su propia versión de los hechos, en la que aparecía como
un superhéroe. Tanto él como Jalics, a quien llamé por teléfono a su retiro
alemán, me pidieron que atribuyera sus declaraciones a un sacerdote muy próximo
a cada uno de ellos. Bergoglio dijo que vio dos veces a Videla y otras dos a
Massera. En la primera reunión con cada uno, ambos le dijeron que no sabían qué
había ocurrido y que iban a averiguar. “En la segunda reunión, Massera estaba
fastidiado con ese jovencito de 37 años que se atrevía a insistir.” Según
Bergoglio, tuvieron este diálogo:
“–Ya le dije a Tortolo lo que sabía –dijo Massera.
–A monseñor Tortolo –corrigió Bergoglio.
–Mire Bergoglio... –comenzó Massera, molesto por la
corrección.
–Mire Massera...–le respondió en el mismo tono Bergoglio,
antes de reiterarle que sabía dónde estaban los sacerdotes y reclamarle por su
libertad”.
Me limité a transcribir lo que Bergoglio dijo, con la
atribución que me pidió. Pero hasta hoy no me parece verosímil ese diálogo con
uno de los gobernantes más poderosos y más crueles, que lo hubiera hecho
desaparecer sin ningún escrúpulo. Ambos tenían en común la relación con Guardia
de Hierro, el grupo de la derecha peronista en el que Bergoglio militó en su
juventud y al que Massera le designó un interventor a partir del golpe, con el
propósito de sumarlo a su campaña por la herencia del peronismo. En 1977 la
Universidad jesuítica del Salvador recibió como Profesor Honorario a Massera,
quien objetó a Marx, Freud y Einstein, por cuestionar el carácter inviolable de
la propiedad privada, agredir el “espacio sagrado del fuero íntimo”, y poner en
crisis la condición “estática e inerte de la materia”. Massera indicó que la
Universidad era “el instrumento más hábil para iniciar una contraofensiva” de
Occidente, como si Marx, Freud y Einstein no formaran parte de esa tradición.
Bergoglio se cuidó de subir al estrado ese día, de modo que nadie ha visto una
foto suya con Massera. Pero es inimaginable que el dictador haya recibido la
distinción sin que la ceremonia fuera autorizada por el provincial jesuita que
delegó la gestión diaria en una asociación civil conducida por Guardia de
Hierro, pero retuvo su conducción espiritual. Luego, Massera fue invitado a
exponer en la universidad jesuítica de Georgetown, en Washington. El sacerdote
irlandés Patrick Rice, quien pudo dejar la Argentina luego de ser secuestrado y
golpeado, interrumpió esa conferencia exigiendo explicaciones sobre los
crímenes de la dictadura. Según Rice, el provincial estadounidense no hubiera
invitado a un personaje semejante sin la aprobación, o el pedido, del
provincial argentino. Estos hechos comprobables desmienten el diálogo fantasioso
en el que el jovencito Bergoglio desafía al amo de la ESMA.
Una muerte cristiana
En 1995, un año después que el libro de Jalics se publicó
El Vuelo, donde el capitán de fragata Adolfo Scilingo confiesa que arrojó a
treinta personas aún vivas al mar desde aviones de la Armada y la Prefectura,
luego de drogarlas. Además dice que ese método fue aprobado por la jerarquía
eclesiástica por considerar el vuelo como una forma cristiana de muerte, y que
los capellanes de la Armada consolaban a quienes volvían perturbados de esas
misiones, con parábolas bíblicas sobre la separación de la cizaña del trigo.
Impresionado, retomé una investigación que había iniciado años antes sobre la
isla del Tigre “El Silencio”, en la que la Armada escondió a 60 detenidos-desaparecidos
para que no los encontrara en la ESMA la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos. Era propiedad del Arzobispado de Buenos Aires y allí celebraban su
graduación los seminaristas que egresaban cada año y descansaba los fines de
semana el cardenal Juan Aramburu. El sacerdote Emilio Grasselli la había
vendido al grupo de tareas de la ESMA, que la compró con un documento falso a
nombre de uno de sus prisioneros. Pero no había visto los títulos de propiedad
hasta que Bergoglio me dio los datos precisos sobre el expediente sucesorio de
Antonio Arbelaiz, el solterón administrador de la Curia que figuraba como
dueño. Esto muestra que con aquel episodio no tuvo relación. Arbelaiz hizo
testamento a favor de la Curia, que es donde fue a parar el dinero que la
Armada le pagó a Grasselli por la isla, donde los 60 prisioneros pasaron dos
meses encadenados. Parece el camino típico de una operación de lavado: Arbelaiz
vende a Grasselli que vende a la ESMA que compra con un documento falso y la
hipoteca se levanta pagándole a la Curia, que es la heredera de Arbelaiz. En
uno de sus testimonios judiciales, Bergoglio reconoció que habló conmigo sobre
el secuestro de Yorio y Jalics. Pero dijo que nunca oyó hablar de la isla “El
Silencio”. Siempre el doble juego, la admisión privada y la negativa pública.
Por la espalda
Durante la investigación encontré por azar en el archivo
del ministerio de Relaciones Exteriores una carpeta con documentos que a mi
juicio terminan con la discusión sobre el rol de Bergoglio en relación con
Yorio y Jalics. Busqué una escribana que certificó su ubicación en el archivo,
cuyo director de entonces, ministro Carlos Dellepiane, los guardó en la caja
fuerte para impedir que fueran robados o destruidos. La historia que cuenta esa
carpeta suena familiar. Al quedar en libertad, en noviembre de 1976, Jalics se
marchó a Alemania. En 1979 su pasaporte había vencido y Bergoglio pidió a la
Cancillería que fuera renovado sin que volviera al país. El Director de Culto
Católico de la Cancillería, Anselmo Orcoyen, recomendó rechazar el pedido “en
atención a los antecedentes del peticionante”, que le fueron suministrados “por
el propio padre Bergoglio, firmante de la nota, con especial recomendación de
que no se hiciera lugar a lo que solicita”. Decía que Jalics tuvo conflictos de
obediencia y una actividad disolvente en congregaciones religiosas femeninas, y
que estuvo “detenido” en la ESMA junto con Yorio, “sospechoso contacto
guerrilleros”. Es decir, los mismos cargos que le habían formulado Yorio y
Jalics (y que corroboraron muchos sacerdotes y laicos que entrevisté): mientras
aparentaba ayudarlos, Bergoglio los acusaba a sus espaldas. Es lógico que este
hecho de 1979 no alcance para una condena legal por el secuestro de 1976. El
documento firmado por Orcoyen ni siquiera fue incorporado al expediente, pero
perfila una línea de conducta. Sumar al Director de Culto Católico de la
dictadura a una conspiración contra la Iglesia sería demasiado. Por eso,
Bergoglio y su portavoz callan sobre estos documentos y prefieren descalificar
a quien los encontró, preservó y publicó.
1 Carmelo
Giaquinta: “Reconciliándonos con nuestra Historia”, organizado por el Proyecto
“Setenta veces siete” y Editorial San Pablo, en la 36ª Feria Internacional del
Libro, Salón Roberto Arlt, 8 de mayo de 2010.
2 Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Plan
Nacional de Pastoral, Buenos Aires, 1967, p. 14, cfr. Luis O. Liberti, Monseñor
Enrique Angelelli. Pastor que evangeliza promoviendo integralmente al hombre,
Editorial Guadalupe, Buenos Aires, 2005, p. 164.
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Documentos referidos no texto:
De puño y letra de Bergoglio, sobre la isla de la Curia. El manuscrito en
el que identifica el expediente sucesorio de la propiedad.
Bergoglio imputa a sus sacerdotes contactos
con guerrilleros. El documento que ridiculiza la acusación de campaña
anticlerical
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