Dilma Roussef, Presidenta da República do
Brasil, deu em Brasília uma entrevista a alguns grandes jornais estrangeiros de
larga projeção. Terá assim procurado romper o garrote mediático que
teceu em seu redor a grande imprensa brasileira. Uma cadeia de “jornalões” que têm
vindo a reasssumir a pele de sujeitos políticos que já haviam vestido nos anos
60 do século XX, quando contribuiram para abrir caminho ao golpe militar que
instaurou uma ditadura que durou mais de vinte anos.
Vou transcrever a entrevista da responsabilidades do jornalista Darío Pignotti, publicada no prestigiado jornal argentino Página/12
.
O título do texto é uma frase de Dilma : “Si hoy hubiera un
golpe en este Brasil democrático sería un tipo de golpe institucional”. E encimando- o pode ler-se que : “Rousseff asegura que el intento
de destituirla a través de un impeachment no tiene sustento legal. “Pueden investigarme del derecho y el revés,
que no van a encontrar nada.” La mandataria enfatiza que no va a renunciar.
“Me piden que renuncie para evitarse el
mal trago de tener que echar de forma ilegal a una presidenta elegida.”
“Es muy triste que hoy se cumplan 40 años del
golpe de Estado en la Argentina, y al mismo tiempo debemos estar muy alegres de
que ahora los argentinos tengan un sistema democrático. Los golpes cambian sus
características con el correr de tiempo, si hoy hubiera un golpe en este Brasil
democrático sería un tipo de golpe institucional”. Esa fue la primera respuesta de la presidenta
Dilma Rousseff durante una entrevista de casi 100 minutos ofrecida ayer en la
amplia mesa de madera circular de su despacho del tercer piso del Palacio del
Planalto. Dilma está sentada junto a una pared blanca en lo alto de la cual hay
un escudo brasileño. Pide que enciendan el aire acondicionado, “si no, nos vamos a freír”, mientras los
mozos ofrecen jugo de naranja natural. Es una mañana calurosa, característica
del otoño brasileño: lo atípico es que hasta el inicio del encuentro no se
vieron grupos hostiles al gobierno y la democracia merodeando el palacio, que
ha sido hostilizado casi a diario con consignas que van desde el “impeachment
ya” hasta “S.O.S Fuerzas Armadas”.
“Nosotros tuvimos
golpes militares en América Latina en aquellos años setenta, conozco lo que
pasó en la Escuela de Mecánica de la Armada... ahora no se dan esos golpes,
ahora tratan de romper el delicado tejido democrático...alimentan la
intolerancia...buscan romper el pacto (social) basado en la Constitución de
1988”. Ella afirma que
no se puede voltear a un presidente de la república legítimamente electo, salvo
que se pruebe que cometió crimen de responsabilidad (en el ejercicio del
mandato). “Si no hay pruebas contra mí,
(para sustanciar el impeachment) esto es golpe, golpe contra la democracia”, reforzó
la mandataria ante una pregunta de Página/12, el único diario
latinoamericano que participó en el encuentro junto a The New York Times, Le Monde, El País, The
Guardian y Die Zeit.
“En una democracia
tenemos que reaccionar de forma democrática. Recurriremos a todos los
instrumentos legales para dejar claro las características de este golpe. Pero
yo les recomiendo que se pregunten a quiénes beneficia esto, muchos de los
cuales ni siquiera han aparecido aún en escena”.
Mientras subimos del segundo al tercer piso del
palacio por una rampa helicoidal (con la firma del arquitecto
modernista-comunista Oscar Niemeyer), la misma por la que Lula, cabizbajo, y
Dilma descendieron el jueves pasado cuando aquél fue puesto en funciones de
ministro, un asesor habla del carácter “aguerrido” de la presidenta a medida
que se cierra el cerco para destituirla.
Bastante delgada a fuerza de andar en bicicleta por
las mañanas y el estrés de enfrentar una conspiración por día, Dilma no tiene
el semblante de alguien abatido. Antes bien lo contrario. Viste una blusa bordó
y negra completada con una gargantilla dorada, poco maquillaje, pintura en los
labios pero no en la uñas. Sobria, pero sin ser monacal.
Cuando se la indaga sobre la posibilidad de que
renuncie al cargo alza la voz y responde mirando con firmeza a uno de los
corresponsales.
“Me piden que
renuncie. ¿Por qué? ¿Por ser una mujer frágil? No, no soy una mujer frágil. Mi
vida no fue eso. Piden que renuncie para evitarse el mal trago de tener que
echar de forma ilegal a una presidenta elegida”
Asegura que los enemigos del gobierno subestiman su
capacidad de enfrentar las adversidades. “Ellos
piensan que yo estoy completamente afectada, presionada, desestructurada, y no
lo estoy, es verdad que no lo estoy. Yo tuve una vida muy complicada, tenía 19
años (inicio de la década del 70, militaba en una organización armada) cuando
estuve tres años presa.
Acá la prisión no
era nada leve, era muy pesada, tal vez similar a la de Argentina, aunque creo
que la de Argentina fue un poco peor porque el asesinato de personas allá fue
más generalizado. Pero en Brasil también hubo muchas muertes. Entonces si uno
compara, verá que yo ya luché en aquella época en condiciones mucho más
difíciles que las de ahora que estamos en democracia. Esta situación es más
segura. Yo voy a luchar, no voy a renunciar, para sacarme de acá van a tener
que probar (que hubo violación de la ley). Por eso digo que tenemos que
reaccionar, por eso la consigna de la gente que me apoya es no va a haber
golpe”.
Recuerda que el mentor del “impeachment” (juicio
político) contra ella es el jefe de Diputados, Eduardo Cunha, titular de varias
cuentas comprobadas en Suiza en las que fueron depositados cinco millones de
dólares de posibles sobornos cobrados para mediar contratos en Petrobras.
En contraste, sigue Dilma, desde que comenzó su
segundo gobierno en 2014, y como parte de lo que considera una campaña para
derrocarla con acusaciones insustentables, “he
sido investigada debida e indebidamente por la prensa y por todo el mundo.
Pueden investigarme del derecho y el revés, que no van a encontrar nada”.
Señala que el impeachment “legalmente es algo muy débil”. “Y
surge porque el presidente del Congreso, Eduardo Cunha, dijo que si no
votábamos en contra de una investigación contra él, ponía en marcha el
proceso”.
“No tengo
sentimiento de culpa. En fin, aquí en Brasil te detienen por tener perro y por
no tenerlo, así que no sé cuál es la respuesta correcta. Seguro que me critican
por no deprimirme. Y duermo muy bien. Me acuesto a las diez de la noche y me
levanto a las seis menos cuarto de la mañana”.
Vallas reforzadas, agentes de seguridad apostados
en puntos estratégicos de la Plaza de los Tres Poderes, en el centro de la
ciudad, y controles de metales más exhaustivos para ingresar a la sede de una
administración que, sitiada, se atrinchera en defensa de la democracia. “No pasarán”, garantiza la jefa del
gobierno, asumiendo que el gigante sudamericano está ante una eventual guerra
política de desenlace incierto.
Tanto ella como su compañero Luiz Inácio Lula da Silva, “el mayor líder político” del país, cayeron en la cuenta de que el campo
opositor –jueces, medios, banqueros y partidos conservadores– desde comienzos
de marzo evolucionó de una fase desestabilizadora en la que se combinaban
obstrucciones parlamentarias con denuncias aparatosas, al golpismo sin ambages.
En este ascenso destituyente creció el protagonismo
del juez Sergio Moro, una suerte de templario que se exhibe batiendo su espada
(mediática) contra la corrupción, cuando la verdad seca es que lo mueve una
ambición menos jurídica que política: la de cazar a Lula, con métodos ilegales,
para así dar el tiro de gracia al gobierno.
El 16 de marzo ese magistrado de primera instancia
interceptó una llamada de Lula y Dilma, la que un par de horas después entregó a la
cadena opositora cadena Globo. Con una edición mañosa de esa grabación
superpuesta a otras pinchaduras facilitadas por el juez, Globo agitó a la audiencia y la incitó a
volcarse a las calles, generando otra noche de furia.
Hay sectores que, montados en la efervescencia del
público antidilmista, “estimulan la
violencia, estimulan la agresión a los ministros (en restoranes y aviones), a
diputados, eso tiene un nombre, eso se llama fascismo”, sostiene la
presidenta del Partido de los Trabajadores.
Miembros del gabinete consideran que esa
intercepción de la llamada telefónica ordenada por Moro no fue sólo una
espolada para excitar a las hordas, con ella también buscó impedir que Lula
asuma al día siguiente su cargo de ministro. Y lo logró porque otro magistrado
opositor determinó la “suspensión” del nombramiento que sigue en vigor por lo
menos hasta la semana próxima.
Al comprobar el incendio causado por las
pinchaduras, lo que incluyó una generalizada crítica de juristas y hasta de
miembros de la Corte, Moro dijo que su actitud era comparable a lo ocurrido en
los años 70 en Estados Unidos bajo la presidencia de Richard Nixon.
De alguna manera Moro pareció querer equiparar la
caída de Nixon en el 74, envuelto en el escándalo de Watergate, con su anhelado
fin anticipado de la mandataria petista.
Mal informado, el popular juez que según algunos
sondeos tiene más de 15 por ciento de intenciones de voto para presidente, fue
desmentido ayer por Dilma. “Alegar el antecedente norteamericano es ridículo,
porque el gran invasor de las conversaciones era el presidente de la república
que grababa a quien entraba (Casa Blanca), mientras acá en Brasil lo que pasó
fue que un juez de primera instancia graba a la presidenta de la república”,
disparó ayer. Anteayer lo había acusado de violar la “seguridad nacional”. “La
actitud correcta debiera haber sido enviar la grabación al Supremo Tribunal Federal”
que es el único órgano que tiene competencia para juzgar a una jefa de Estado.
Sin mencionarlo por su nombre y apellido, Dilma le
enrostró a Moro el ser parte de la estrategia de “cuanto peor mejor” pergeñada
por la oposición. La intercepción telefónica es algo inaceptable, “El juez
tiene que ser imparcial, no puede jugar con las pasiones políticas”.
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